Llevo toda mi vida esperando que llegue ese momento especial y mágico que lo cambie todo para siempre. A cada paso que doy me imagino que ya queda menos y que a la vuelta de la esquina sucederá algo en mi vida que lo cambiará todo. Que me hará feliz, poderoso, equilibrado, agradecido, … Siempre he tenido mucha prisa para llegar a crecer, trabajar, conseguir aquello que deseaba. El momento presente no era suficiente. Estar en una situación de vida que consideraba buena, o lo contrario, no me ha valido para estar en paz y descansar.
Lo curioso es que aquellos sueños o aquellas metas que me había propuesto, fueran las que había planificado u otras que han ido surgiendo por el camino, se han ido dando de manera silenciosa, sin levantar expectación.
Y entonces me he dado cuenta de lo rápido que pasa el tiempo y como de manera consciente e inconsciente, con unos pasos certeros y otros no tantos, se va construyendo nuestra vida, nuestra historia.
He descubierto que saber esperar es un arte. Que la vida está en esa espera. Porque el espacio entre el lugar donde te encuentras y el lugar donde quieres llegar es el tiempo para gestar tu vida. Ese espacio que a su debido tiempo genera sus frutos, como una cosecha de un campo de árboles frutales.
Ya dicen que el camino es lo que da contenido a la meta. Sin ese camino el objetivo o el sueño cumplido no sería el mismo.
Yo me he dado cuenta, siempre quería conseguir las cosas de manera rápida. Ya fuera ganar dinero, tener una salud de hierro, ser el mejor en mi trabajo, compartir mi vida en pareja, saber más de todo… y aún en muchos momentos me doy cuenta de que sigo en ese ritmo que no entiende de esperas que se quiere saltar procesos e ir al “grano”. Y lo sé cuando en aquello que hago mis expectativas cogen la velocidad de la luz y en mí se generan conflictos, surge la frustración y la desmotivación de no poder conseguir lo que quiero, ya. Como resultado de no querer entrar en un proceso de aprendizaje y espera. Pasar de 0 a 100 sin pasar por los demás números.
Y eso hace que me distraiga de mi tarea, que la evasión se apodere de mí, sumergiéndome en el agujero negro del tiempo, mirando redes sociales, páginas webs, mirando la TV…

Parece que en la vida, en el ritmo inculcado en nuestra educación y potenciado por todos y todas en el estilo social establecido, no tengamos espacio para los procesos y para la espera. Pero ¿y si la riqueza de la vida se encuentra justo en ese punto? En el arte de esperar.
Puede que tengas la creencia de que esperar es no hacer nada. Y permíteme que te diga que es todo lo contario. O no. Tu creencia puede estar alineada con tus valores, aunque déjame compartir contigo mi mirada.
Para mí esperar, ahora que lo comprendo así, es preparar el terreno, es cultivar tu camino, es empezar a dar los pasos en la dirección que has escogido, es cuidarte, pararte a descansar.
Esperar es disfrutar de los procesos, poner atención a como creces, a como se integran dentro de ti aprendizajes nuevos… Vivir con la inquietud del deseo, con la frustración de la incertidumbre y la impotencia de respetar que todo lleva su tiempo y así vivir también con la calma, la tranquilidad y la serenidad.
Esperar es lo que hacemos hasta morir y en esa espera hay una vida entera.
En qué proceso estás sumergido/a. En qué parte de tu proceso te encuentras. Cuan cerca estas de tu objetivo. Y cómo estás preparándote, como estás cultivándote en ese espacio de espera. Aprovecha ese tiempo que hay entre los dos arcos de un paréntesis para llenarlo de experiencias y de vida. Y ábrete a la “no acción”, como dice el Lao Tse, a la humilde espera.
Javi Castillo Rubio