Hoy se refleja en nuestra sociedad el culto a lo rápido, productivo, eficaz, eficiente,… como si de fast food se tratara cocinamos la a-tensión a fuego rápido.
Cuando las prisas nos dominan nos des-centramos, se hace más complicado conectar con nuestro centro.
El centro como ese espacio en nosotros/as que nos ayuda a reconectar con nuestra serenidad, calma, tranquilidad,… El punto de encuentro con nuestra dimensión más auténtica, donde se nos muestran con la transparencia del agua cristalina, nuestras habilidades, capacidades, virtudes, dones,…
Se nos atribuye un potencial de acción enorme, una capacidad para controlar diferentes tareas. La multitarea nos ocupa.
Sin embargo, paradójicamente también nos des-ocupa. Nuestra mirada se dirige únicamente hacia fuera, nuestro hacer se ha vuelto obsesivo-compulsivo, como si no tuviéramos la capacidad de detener ese impulso incesante de nuevos “haceres” que nos ocupan sin descanso, encontrando siempre algo nuevo con que distraernos.
Hasta el punto de sentir culpa de parar, de respirar, de descansar… haciéndonos participes del secuestro del descanso, como dice José María Toro en su libro “Descanser”.
Este dirigirse hacia fuera desconectados del sentir, nos genera angustia, ansiedad, tristeza, inseguridad, frustración, estrés…y podríamos seguir escribiendo diferentes emociones desagradables que nos invita a sentir la a-tensión.
Ante estas emociones de película dramática, desconectados de nuestro sentir, nos construimos máscaras de bienestar para mostrar nuestra alegría a las personas que nos rodean sin hacernos conscientes de que esa careta no es más que la punta de un iceberg que esconde gran parte de su volumen y malestar.
Y de nuevo paradójicamente, este mirar únicamente la superficie y el sentir de las emociones desagradables, hace que nuestro foco se centre en este malestar del cual nos gustaría des-hacernos, impidiendo de esta manera que nuestro hacer siga siendo productivo, con o sin sentido.
Siendo conscientes de este proceso que un tanto por ciento elevado de nuestra sociedad practicamos, se inicia el cambio. No sin antes agradecer toda la belleza y todo lo bueno que nos ha aportado la a-tensión, nos ha impulsado a cambiar y a darnos cuenta que necesitamos conectar con nuestro sentir para sentirnos bien.
El paso que nos invita a afianzar ese horizonte de bienestar al cual queremos llegar y que sin darnos cuenta, tal vez, ya estamos, es la practica de la atención.
Un estado de amplitud, de reconocimiento y recogimiento de todo lo que sucede en nosotros, dentro y fuera, en todas las dimensiones que forman el ser humano/a que somos.
Un sentir sin limites, jugando el juicio que nos pueda generar aquello que circula por nuestro interior y que se muestra en nuestras relaciones, actitudes, acciones, …
En repetidas ocasiones buscamos una respuesta a aquello que nos sucede sin prestar atención a lo que está sucediendo, a la información que se desprende de la vivencia que nos generan las diferentes experiencias de nuestro cotidiano.
Practicar la atención es descubrirnos de nuevo, es recorrer nuestros mapas del sentir y de pensamiento para reconocer la dirección que toman nuestros “haceres”. Es conectar la profundidad con la superficie para movernos des de una mirada sentida, de corazón, que nos facilita la gestión de lo que nos sucede.
La atención es un estado, un vivir centrado, que nos facilita un hacer des de nuestra parte más autentica, que hace salir a flote nuestro potencial y que nos conecta con la plenitud de una vida serena, aceptando lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos y lo que sentimos.
Agradecidos/as por esta oportunidad llamada vida.
Javi Castillo Rubio